Aneto (3.404 m) por el Salterillo

 El monarca de los Pirineos

El Aneto desde el Ibón de Villamuerta

El Aneto es la montaña más alta de los Pirineos. Y con esta sencilla frase podría dar por terminada la introducción, puesto que ya resume la importancia que tiene esta cumbre dentro del contexto del montañerismo. Pero el Aneto es mucho más que eso: es una fuente de leyendas, de ascensos históricos, de magníficas rutas y de desgraciados accidentes. Es, sencillamente, una montaña legendaria.

La Tuca d'Aneto (su nombre oficial) se encuentra enclavada en el centro del macizo de la Maladeta, la catedral pirenaica por excelencia. En medio de una compleja y aguda cresta de gris granito, el Aneto domina con contundencia el valle de Benasque, aunque se puede ver desde medio Pirineo. Siendo la única montaña de la cordillera que se eleva por encima de los 3.400 metros, en España solo es superada por el Teide y, dentro de la península Ibérica, también por el Mulhacén, en la lejana Sierra Nevada. Sin embargo, es, de lejos, la montaña más alpina de la tríada, al coronar su cima una fortaleza de vertical roca negra y extensos (aunque cada vez más menguantes) glaciares.

Cara sur del Aneto vista desde la Sierra Negra

Se trata de una voluminosa pirámide con sus cuatro aristas yendo cada una hacia un punto cardinal. Las aristas suroeste y sureste, es decir, la Crencha de Llosás y la de Tempestades, son objetivo de prestigiosas vías de escalada, mientras que las dos superiores son bastante menos transitadas. Sin embargo, entre las dos aristas septentrionales encontramos la vía normal del Aneto

Esta vía recorre el glaciar situado en la cara norte de la montaña, el más grande del Pirineo. Hace unos años formaba un único cuerpo de hielo conjuntamente con el glaciar de la Maladeta, situado más al oeste, pero, debido al cambio climático, ha ido perdiendo grosor y tamaño hasta convertirse en un glaciar aislado, cada año más pequeño y prácticamente condenado a desaparecer, igual que el resto de glaciares del Pirineo.

La ruta original al Aneto y la más utilizada desde su origen es la vía de los Portillones que, desde el veterano refugio de la Renclusa, asciende por los canchales y neveros bajo la Maladeta para saltar por la brecha del Portillón Superior al glaciar del Aneto, atravesándolo entero. Pero debido a la creciente peligrosidad del glaciar, una nueva ruta está cobrando importancia, al evitar al máximo el hielo y los desprendimientos de la ruta normal. Se trata de la ruta del Salterillo, o ruta de los guías, y se dirige al Aneto de forma directa, entrando al glaciar en su parte final. Esta será la ruta realizada en esta reseña.

El macizo de la Maladeta, con el Aneto en la parte izquierda, desde los Estanys de Baciver

Su remota posición, en el centro del Pirineo, hizo que tardara en ser objeto de atención y su condición de rey pirenaico tardó en ser establecida, pues antes el Canigó y después el Monte Perdido ostentaron este honor. No fue hasta el 1842 que una expedición de seis pioneros salieron de Luchon y coronaron su cumbre por primera vez. Desde entonces, todo montañero que se precie ha soñado en ascender su preciada cumbre. 

Su ascenso entra dentro de la categoría de alpinismo fácil, pues fuera del tránsito por el glaciar y de sus últimos 15 metros, el afamado Paso de Mahoma, no reviste de grandes dificultades técnicas. Por esta razón, su ascenso es intentado por miles de personas cada año, muchas de ellas poco preparadas, y es una de las montañas con más rescates realizados, aumentando año tras año por la cada vez más temprana pérdida de la capa de nieve sobre el glaciar, que lo convierte en peligroso. Por ello, el ascenso a la montaña más alta del Pirineo, aunque fácil, no debe ser considerado ni mucho menos baladí, puesto que aparte de los detalles técnicos ya mencionados, el desnivel y la longitud a superar son muy altos y la altura a partir de los 3000 metros empieza a pesar.

La altiva cumbre del Aneto, protegida por los abismos del Paso de Mahoma y por las desoladas laderas glaciares, queda pues reservada para los montañeros que demuestren tesón y coraje para afrontar sus dificultades, poder coronar el punto más alto de los Pirineos y poder observar todas las cimas y parajes de la más grande cordillera de nuestro país desde el cielo pirenaico.

Ficha técnica

Desnivel: 1.600 m

Longitud: 18,7 km

Altura mínima: 1.900 m

Altura máxima: 3.404 m

Dificultad técnica: Recorrido de alta montaña en el que se recorren pedreras y glaciares, con pendientes de un máximo de 35 grados, por lo que en todo el año es obligatorio no sólo llevar crampones y piolet sino también saber utilizarlos. Los últimos 15 metros para llegar a la cumbre transcurren por una afilada y aérea cresta, el llamado Paso de Mahoma, que, aunque sencillo (pasos de I+ como mucho), puede impresionar y obliga a tener cuidado.

Track en Wikiloc

Mapa de la ruta realizada tomado en el visor Iberpix

Acceso

La Besurta es una caseta que marca el final de la carretera del Valle de Benasque. Su acceso queda restringido en los meses de verano y cuando la nieve impide el paso por la carretera. Fuera de estas épocas, se puede acceder en coche particular, habiendo varios aparcamientos habilitados tanto al final, junto a la caseta, como en varios recodos de la carretera. Calcula la ruta desde cualquier punto de inicio pulsando este enlace a Google Maps.

Fotodescripción

Mientras muchos montañeros y paseantes terminan sus rutas, nosotros empezamos nuestra jornada en la cabaña de la Besurta en lo que será una calurosa tarde de julio.

Rápidamente encontramos la bifurcación de la Renclusa. Si se quisiera realizar la vía de los Portillones, se tomaría el camino de la derecha, para ir al refugio. Pero nosotros, al recomendar ya los guías y el refugio no pasar por los Portillones porque el hielo empieza a asomar (cada año esto sucede más temprano), tomamos la ruta de Aigualluts para ir por el Salterillo.

El camino a Aigualluts es plácido y apto para todos los públicos y goza de unas espectaculares vistas de las montañas de Benasque, uno de los grandes valles pirenaicos.

Tras una breve subida, volvemos a descender para encarar el Plan d'Aigualluts, coronado por el fotogénico pico homónimo.

Cuando llegamos al Forau y a su cascada vemos por primera vez nuestro objetivo. El Aneto nos espera, rodeado de la dorada luz de la tarde, 1400 metros por encima de nuestras cabezas.

Así llegamos al Plan d'Aigualluts, el lugar más concurrido de todo el valle de Benasque por sus increíbles vistas y su facilidad de acceso.

El ibón del Salterillo queda por encima de la muralla que tenemos delante. Para llegar a él, tenemos que tomar el sendero que sube al collado de la Renclusa, sendero que se inicia al otro lado del río. Pero el primer puente que lo cruza está situado al fondo del rellano, por lo que lo más rápido es descalzarnos y cruzar el agua, poco profunda aquí. 

Tras atravesar el brazo principal del río, aún hará falta cruzar un riachuelo, ahora ya con las botas puestas gracias a que hay piedras bien colocadas que nos ayudan a hacerlo.

Ya en la otra vertiente de la pradera, tomamos el sendero que se dirige al refugio de la Renclusa por el collado homónimo, aunque no llegaremos a él.

El sendero sube con fuerza y pronto tenemos una vista general de Aigualluts y las montañas que rodean esta bucólica pradera, destacando la bicéfala Forcanada, al fondo del valle.

El camino entra en un vallecito situado a la sombra de la gran pared del pico de la Renclusa y empieza a trazar zigzags para ganar altura con rapidez.

En un momento dado, encontramos una gran acumulación de piedras donde se encuentra un cartel señalando la dirección hacia el refugio de la Renclusa. En este mismo punto abandonamos el camino principal para...

...tomar un sendero que se abre a la izquierda y que sube con fuerza bajo la pared de un promontorio rocoso.

Tras llegar a su altura, el sendero se difumina y entra en un ancho rellano herboso.

Cuando podemos, giramos a la derecha y vemos como un claro sendero corta la pradera y empieza a subir hacia el sur. Este sendero nos conducirá al Ibón del Salterillo.

El sendero se dirige hacia el fondo del rellano, donde nuestra andadura se ve aparentemente barrada por un murallón granítico. 

Sin embargo, el sendero encuentra la forma de evitar la barrera por la izquierda, flanqueándola y entrando en una serie de anchas viras herbosas que van sorteando distintas colinas rocosas.

Mientras vamos subiendo, observamos como entre estas viras se abren rellanos donde se asientan pequeños lagos encerrados entre colinas.

A pesar de que llevamos largo rato en sombra, pues el Pico de la Renclusa ejerce de parasol, vemos como en el largo cordal fronterizo, representado aquí por el agreste Pico de la Mina, el achaparrado Cap dera Picada y las gemelas Tucas de Bargas, aún toca la luz solar.

El sendero nos lleva a un último laguito, detrás del cual hay una pared. Esta pared está cortada en diagonal por una vira bastante empinada y muy embarrada, por lo que es bastante incómoda de ascender. 

Vista atrás desde lo alto de esta vira.

Tras este paso ligeramente más incómodo, entramos en terreno suave. El sendero gana mediante una larga diagonal los últimos metros que quedan antes de entrar en la visible cubeta donde se aloja el Ibón del Salterillo, que tiene un telón de fondo inigualable...

...empezando con el jefe, el Aneto, resplandeciente ante los últimos rayos solares...

...o las crestas del Maldito, mucho más feroces...

...y finalizando con el negro espinazo de los Portillones, que culmina en la agreste Maladeta.

Llegamos finalmente al gran rellano del Ibón del Salterillo, que se encuentra casi colmatado y es apenas visible bajo las paredes de los Portillones. En su orilla sur, hay numerosos y buenos lugares para plantar tienda o vivac, y eso hacemos, disponiéndonos a pasar una tranquila noche en este magnífico lugar.

Al día siguiente, nos levantamos con las primeras luces de la mañana, puesto que el día será largo. Tomamos el sendero que veníamos siguiendo y que se dirige a la morrena que cae del glaciar.

El fulgor rojizo que precede al Sol va iluminando el cielo, que enrojece como si estuviera en llamas.

En esta impresionante madrugada, la Tuca Blanca de Pomero se asemeja a un volcán, con las nubes tornándose lava a medida que el Sol va saliendo por el horizonte.

Al otro lado del boquete del Coll deth Hòro, la recortada silueta del Malh dera Artiga y sus crestas contrastan con su intensa negrura con el cada vez más iluminado cielo.


Y al fin sale el Sol tras las montañas del Alto Aran, entre los colosos del Mauberme y el Mont Valier. Una imagen sobrecogedora.

Entre tanto, nosotros vamos ascendiendo por la morrena, ayudados por un muy buen camino que en ascenso constante pero cómodo va ganando altura.

Estamos en medio de una desolada ladera gris, pues lo que antes cubría el glaciar (que en otros tiempos llegaba hasta el fondo del valle), ahora está en manos de losas de granito y grandes bloques. De fondo, ya vemos al completo la cresta de los Portillones.

La débil luz de los primeros rayos de Sol ya rebotan en las crestas de la Maladeta, que brillan tenuemente envueltos en esta cálida luz.

Cuando llegamos al final de la morrena, miramos atrás para observar los 300 metros ganados desde el Ibón del Salterillo, que vemos medio escondido en su profundo agujero.

Una buena referencia de que vamos por buen camino es este amasijo de hierros, único resto de un avión que se estrelló aquí el siglo pasado, colocado como gran hito al final de la morrena. Foto hecha durante la vuelta.

Cercanos a los 2800 metros, el terreno cambia drásticamente, puesto que el granito pasa de los pequeños bloques de la morrena a grandes losas pulidas, por las que es fácil caminar pero entre las que se abren traicioneros cortes. 

Aunque es tentador encaramarse a las losas, es mejor seguir los hitos y entrar en el laberinto que recorre este complejo terreno.

Con el Aneto omnipresente delante de nosotros, nuestro objetivo es llegar a las bandas de nieve que hay más allá de las rocas aborregadas por el glaciar. En algunos momentos, pasamos muy cerca del principal barranco que desagua del glaciar del Aneto, aunque nunca llegamos a estar en él sino que lo pasamos siempre por encima.

Llegamos finalmente a las primeras bandas de nieve, ya bajo la cumbre. Aunque aquí ya podríamos ponernos los crampones, preferimos apurar la roca y ascender sin pinchos hasta que no quede más remedio.

Nos plantamos así en los grandes campos de nieve situados bajo el Collado de Coronas, sobre los 2900 metros. Aquí, en presencia de nieve continua, nos equipamos y empezamos a ascender, utilizando una marcada huella, en dirección al profundo boquete del collado más famoso del macizo.

A estas horas de la mañana, la nieve está algo dura por lo que los crampones funcionan a la perfección y avanzamos con rapidez, en una pendiente suave que se va empinando gradualmente.

Superados los 3000 metros, ya vemos como medio Pirineo queda a nuestros pies; hemos entrado en terreno puramente alpino.

Cuando estamos sobre los 3100 metros y llegamos a la vertical del collado, la huella se desvía y encara directamente la cumbre del Aneto, situada más allá del terrible diente oscuro de la Punta Oliveras-Arenas.

Más a la derecha, vemos como otros montañeros se dirigen directamente al Collado de Coronas, en una pendiente que supera ya los 30 grados.

Cuando entramos en la placa glaciar situada directamente bajo la cumbre del Aneto, encontramos las máximas pendientes, que pueden llegar a los 35 grados. Afortunadamente, la buena huella y la cada vez menor consistencia de la nieve hacen que el ascenso no sea complicado. Sin embargo, cuando el verano está más avanzado y la nieve desaparece, el hielo convierte este tramo en delicado, puesto que los crampones no agarran bien y los accidentes son frecuentes.

Trazando un largo zigzag, moderamos la pendiente y ganamos los metros que nos faltan hasta la banda rocosa que separa el glaciar de la última pendiente.

Cuando llegamos a la banda rocosa, una breve y sencilla trepada nos deja...

...en la última ladera del día, que inicialmente recorremos con nieve.

Superada esta pendiente, vemos al fin la antecima del Aneto. Abandonando la nieve, nos quitamos los crampones y ascendemos los últimos metros por el canchal de la izquierda, bastante inestable.

Cercanos a la antecima, nos asomamos hacia el este para observar los imponentes abismos que caen de la cumbre hacia el glaciar de Barrancs, una vía bastante más complicada y salvaje que la recorrida por nosotros.

La cumbre queda aún medio escondida por la antecima, por lo que ganamos rápidamente los últimos metros que nos quedan hasta llegar...

...al inicio de lo que es probablemente el paso más legendario de los Pirineos: el Paso de Mahoma. El último obstáculo para llegar a la gran cumbre pirenaica es además, por cosas del destino, el más difícil e impresionante de la ruta. Se trata de una brevísima (no pasa de los 10-15 metros) pero afilada cresta que une la antecima de la cumbre del Aneto. Este curioso nombre le viene dado por Albert de Franqueville, alpinista que formaba parte de la expedición que coronó el pico por primera vez. Según parece, al ver este paso recordó que según la tradición musulmana, la entrada al paraíso es tan estrecha como el filo de una espada por la cual solo pasan los que lo merecen. Buena metáfora.

El paso en sí es muy sencillo, puesto que la trepada no pasa del primer grado,  y apenas tiene un par de muretes algo más verticales (como el de la foto) pero tiene algún tramo bastante estrecho.

Pero lo que convierte el Paso de Mahoma en la pesadilla de muchos de los que vienen al Aneto sin experiencia en alta montaña es lo que se aprecia en la imagen. A ambos lados de la arista se abre una impresionante caída, sobre todo hacia Barrancs, que provocan que sea habitual el encontrarse con personas bloqueadas en mitad del paso, circunstancia que genera los famosos tapones que se pueden encontrar en el Aneto en la mayor parte de la temporada de verano.

El paso más complicado quizás sea este, en el que se tiene que pasar el pie de un lado a otro de esta piedra. Pero es, al igual que la arista en general, un paso más impresionante que difícil.

Este puente de roca es seguramente el otro paso más delicado por su exposición, pero es prácticamente llano.

En cualquier caso, en menos de 5 minutos estamos al otro lado del paso de Mahoma, mientras la gente se afana en ir o volver.

Y pasar el Paso de Mahoma solo puede significar una cosa: hemos coronado el techo de los Pirineos. La cumbre es bastante extensa y podemos encontrar una cruz, un vértice, una efigie de la Virgen del Pilar y una estatuilla de San Marcial.

Ser la cumbre más alta de la cordillera tiene sus ventajas: en días claros se puede ver prácticamente todo el Pirineo. Desgraciadamente, la calima está bien presente hoy y el panorama oriental se limita en el laberinto de Aigüestortes con sus mil y una siluetas. Más cercano, podemos ver como el valle de Salenques queda bien encajonado entre las moles del Molieres y el Feixant a la izquierda y el Russell a la derecha.

Acercándonos un poco hacia esa dirección, observamos las brutales paredes que caen de la Espalda de Aneto y el Tempestades hacia Llosàs.

Tirando de zoom, se aprecia bien la recortada cresta que une la Espalda de Aneto con el Margalida y Tempestades, final de la cresta de Salenques, probablemente la más mítica del Pirineo.

Hacia el norte, el gran cabezón del Molieres ejerce de frontera hacia el Valle de Aran, horadado por la Garona.

Siguiendo con la circular, vemos el final del Valle de Benasque, ruta que hemos utilizado para subir, con el remanso verde de Aigualluts bien visible en el centro de la foto, rodeado de escarpadas montañas.

Hacia el oeste, la cresta de las Maladetas sigue igual de abrupta, descendiendo hacia el Pico de Coronas para volver a erguirse en la segunda cumbre más alta del macizo y también la más complicada, el Pico Maldito, tercera cumbre pirenaica.

Bajo el Maldito y el Aneto el valle de Coronas cae abruptamente hacia Vallibierna no sin antes arrellanarse para formar los ibones de Coronas. Por este valle transcurre la vía meridional del Aneto, muy utilizada también al ser más corta que las vías septentrionales. Más allá, se distingue perfectamente el valle de Benasque, cortado por el Ésera, tras el cual aparece la mole del Posets, cuya altura en los Pirineos solo es superada por el Aneto. 

Finalmente, hacia el sur, la Sierra Negra, culminada por el Vallibierna a la izquierda de la foto, marca la frontera sur del valle homónimo, con las montañas de Cerler al fondo.

Tras un buen rato de contemplación, empezamos a volver, puesto que el retorno se presume largo. Pero antes de regresar, realizaremos un pequeño desvío para ascender a la Punta Oliveras-Arenas, la puntita que se ve a la izquierda antes del abrupto descenso al Collado de Coronas.

Aunque no lo parezca, la Punta Oliveras-Arenas es un tresmil puesto que cumple con las reglas de prominencia. Tiene este nombre en honor a los dos alpinistas que la ascendieron directamente desde el Collado de Coronas, desde donde tiene una pinta mucho más temible que desde aquí.

Cuando llegamos al collado previo a la cima, trepamos por la derecha, intentando no tocar la nieve, para evitar afrontar la arista directamente, algo vertical. Tenemos que llegar a la parte derecha de la cima, desde donde el ascenso es sencillo.

Una vez en ese punto, unos metros de trepada por grandes bloques nos dejaran rápidamente en la cumbre...

...de la Punta Oliveras-Arenas, con una vista fenomental de la cara oeste del Aneto y sus agujas Daviu y Escudier, donde culmina el corredor Estasen, seguramente el corredor más famoso de las Maladetas.

Tirando de zoom se puede observar tanto la antecima como la cima del Aneto. Desde aquí parece como si no hubiera ningún obstáculo entre ambas cotas pero sabemos que esto no termina de ser así...

Desde la masiva Aguja Escudier, la Crencha de Llosàs se desploma y sigue su camino hacia el sur, antes de caer definitivamente sobre Vallibierna.

Hacia el otro lado, nos asomamos con cuidado para observar el Collado de Coronas, con su laguito estacional de deshielo, de un turquesa bien vivo.

Tras esta rápida visita, nos disponemos a regresar a la banda rocosa, que destrepamos para...

...volver al glaciar y empezar el largo retorno a La Besurta por el mismo camino.

Tras terminar nuestro paso por el glaciar, volvemos al laberinto de rocas aborregadas primero...

...para llegar a la morrena después...

y seguidamente descender hasta el Ibón del Salterillo, donde hemos dormido.

Ahora ya por buen camino, solo quedará regresar a Aigualluts y desde allí a la Besurta, donde culminaremos esta ruta.

Pero no sin antes presentar por última vez nuestros respetos al rey pirenaico, que desde su trono de hielo y piedra domina con contundencia sobre sus dominios, el Pirineo entero.